Paisajes y emociones que son los más preciosos detalles que se puedan recibir, y la naturaleza me los regala cada día, no sólo a Navidad o al los Reyes.

Basta mirar hacia arriba en Fuerteventura para darse cuenta que cada día el cielo ofrece un espectáculo diferente, capaz de cambiar en cada segundo.

No logro describir en palabras los infinitos matices cromáticos y los juegos de claroscuro que componen los cielos en Fuerteventura.

Ciertas mañanas me despierto pronto, camino en playa y asisto a amaneceres tan emocionantes que parecen sueños.

Mientras surge, el sol es capaz de pintar colores difícilmente reproducibles del hombre: el cielo se tiñe de infinitos matices de rosa, azul, amarillo, rojo, turquesa.

Y el mismo pasa a las puestas de sol.

La vista amplia hacia el horizonte, sin edificios, fábricas y calles, se abre delante de mis ojos enseñándome perfectos juegos cromáticos, en sublime armonía.

Las nubes parecen las pinceladas de un hábil pintor, y crean sinuosas formas en el cielo.

Me sorprendo y emociono cada mañana y tarde por lo que veo: estas sensaciones son los auténticos y más preciosos detalles que se puedan recibir, y la naturaleza me los regala cada día, no sólo a Navidad o al los Reyes.

Una cámara de fotos no puede captar y reproducir esta belleza: sonrío cuando veo otros seres humanos que – como yo – asisten a boca abierta a los amaneceres  y a las puestas de sol más bonitas del mundo y tratan de fotografiarle, de inmortalizarle en el carrete de sus móviles.

Me entra una gana de decirles de no obsesionarse en buscar el enfoque perfecto, perdiéndose la poesía de lo que ven: solo hace falta abrir los ojos y gozarse el maravilloso espectáculo, imprimiendo las imágenes en su propio cerebro, dejándose envolver de las emociones auténticas y potentes que sólo la naturaleza es capaz de ofrecer.

Barcelona es para mí una vieja y fiable amiga que necesito visitar cada vez que puedo.

Unos de los privillejes de mi condición actual es que puedo desplazarme cuando encuentro vuelos baratos, porque’ ya no tengo que adaptar mis viajes a los días de vacaciones.

Gracias a las muchas compañías aéreas económicas, puedo volar a menudo a Barcelona, ciudad que adoro casi cuanto mi querida Génova.

Efectivamente las dos se parecen: el mar les regala escorzas, paisajes y olores semejantes.

Tengo la suerte que en Barcelona puedo contar con una familia siempre feliz de hospedarme, con sus cariño y calor: Mónica, Paco y la pequeña Olivia me llenan el corazón de alegría cada vez que llamo a sus puerta.

Ellos me regalaron hace 6 años mi primero libro de Carlos Ruiz Zafón: desde aquel momento he indiciado a descubrir Barcelona con los ojos de los protagonistas de sus historias, y no me canso de seguir haciéndolo.

Conozco los secretos mágicos del Gótico, que encada paso me lleva en el pasado, y me entrego al atractivo espíritu del Born, dónde la historia se armoniza perfectamente con las nuevas tendencias, e inspira hasta el futuro.

Soy de casa en la Boqueria, dónde me divierto en observar las caras extasiadas de los turistas a la vista de exquisiteces para ellos tan desconocidas y sorprendentes.

No me pierdo el lujo de Passeig de Gràcia, con la sublime magia de las obras de Gaudì, capaz de inspirarse en la naturaleza y en cada forma y color ofrecido él de hojas, flores, animales para crear obras maestras sin tiempo.

Pasear desde el Poblenou hasta la Barceloneta me enseña el alma deportiva de esta metrópoli: adoro caminar hasta la estatua de mi conciudadano Colón, que me invita a descubrir, como él, nuevos mundos.

A veces subo por la Rambla buscando mimos; otras paseo en el Parc de la Ciudadela; o bien decido admirar la vista impresionante mientras subo con el teleférico hasta la ciudad olímpica.

Y luego redescubro Montjuïc, reviviendo cada vez la exposición Universal del 1929.

Entro en la casa del arquitecto Ludwig Mies van der Rohe: me basta mirarla para entender porque’ todavía sea hoy manantial de inspiración de diseñadores afirmados.

Luego me voy al Parc Güell, donde paseo para sumergirme en el genio de Gaudì, que como siempre es adictivo para mi: me obliga a volver por la enésima vez a casa Battlo, a la Pedrera, y ahora también Casa Vicens, y obviamente a la Sagrada Familia.

¿Cómo renunciar a dar una vueltecita al Tibidabo?

¿O a asistir a una obra al Palau del Música?

¿O a sumergirme en la movida nocturna del Eixemple, o igual de Gracia?

Barcelona es más fuerte que cualquier hecho de crónica, y sabe remangarse las manos y recomenzar.

Barcelona es para mí una vieja y fiable amiga que necesito visitar cada vez que puedo.

Es un lugar dónde me siento segura: la necesito cuando quiero zambullirme por algunos días en el caótico frenesí de una metrópoli multicultural y aprovechar sus exhibiciones, de sus muchos acontecimientos.

A ella vuelvo cada año para continuar mis estudios, y ahora también para presentar mi libro en versión española.

 

Ella me acoge, me mima, me regala su saber, y no se ofende cuando no veo la hora de dejarla para volver a la isla que me ha robado el corazón.