Paisajes y emociones que son los más preciosos detalles que se puedan recibir, y la naturaleza me los regala cada día, no sólo a Navidad o al los Reyes.
Basta mirar hacia arriba en Fuerteventura para darse cuenta que cada día el cielo ofrece un espectáculo diferente, capaz de cambiar en cada segundo.
No logro describir en palabras los infinitos matices cromáticos y los juegos de claroscuro que componen los cielos en Fuerteventura.
Ciertas mañanas me despierto pronto, camino en playa y asisto a amaneceres tan emocionantes que parecen sueños.
Mientras surge, el sol es capaz de pintar colores difícilmente reproducibles del hombre: el cielo se tiñe de infinitos matices de rosa, azul, amarillo, rojo, turquesa.
Y el mismo pasa a las puestas de sol.
La vista amplia hacia el horizonte, sin edificios, fábricas y calles, se abre delante de mis ojos enseñándome perfectos juegos cromáticos, en sublime armonía.
Las nubes parecen las pinceladas de un hábil pintor, y crean sinuosas formas en el cielo.
Me sorprendo y emociono cada mañana y tarde por lo que veo: estas sensaciones son los auténticos y más preciosos detalles que se puedan recibir, y la naturaleza me los regala cada día, no sólo a Navidad o al los Reyes.
Una cámara de fotos no puede captar y reproducir esta belleza: sonrío cuando veo otros seres humanos que – como yo – asisten a boca abierta a los amaneceres y a las puestas de sol más bonitas del mundo y tratan de fotografiarle, de inmortalizarle en el carrete de sus móviles.
Me entra una gana de decirles de no obsesionarse en buscar el enfoque perfecto, perdiéndose la poesía de lo que ven: solo hace falta abrir los ojos y gozarse el maravilloso espectáculo, imprimiendo las imágenes en su propio cerebro, dejándose envolver de las emociones auténticas y potentes que sólo la naturaleza es capaz de ofrecer.